martes, 10 de diciembre de 2019

Gracias y hasta siempre querido Pipo

Hacerme a la idea que debía despedirme de mi bebé, de mi gordo, de mi perro amado, el que me acompañó casi 14 años, fue muy difícil para mí.

Atravesaba momentos de salud muy difíciles pero él también. Queríamos que sufriera lo menos posible. Durante años le vimos aparecer y desaparecer tumores, pero cuando empezaron a sangrar era la señal.
Coordinamos con el veterinario la hora. Sería en nuestra casa, para que él no tenga miedo. Sordo, bastante ciego y con el olfato disminuido el seguía dándonos esas muestras de cariño con su larga cola y su enorme cabezota. ¡Qué momentos tan difíciles!

¿Difíciles dices? Difíciles momentos los que pasa un niño de 9 años al que se le arrebatará a su mascota, a su hermano, porque cuando eres hijo único tus perros son parte de tu familia y para Nico, Pipo era su hermano. Le quiere de toda su vida, puedo imaginarlos viendo tele juntos o a Pipo siendo su guardián. El dolor que siente mi niño me parte el alma.
Él, parece entender que es por el bien del perrito y por la salud de todos, pero que lo entienda no quiere decir que no se le parta el corazón.

En uno de mis intentos por suavizar la cosa le digo que es el siguiente camino que Pipo debe tomar, él con los ojos llenitos de lágrimas me pregunta: mami ¿y ahora a dónde irá? Le digo: al cielo de los perritos. Y con toda la dulzura, como pidiendo un deseo me dice "cuando yo muera quiero ir allí, al cielo de los perritos".

Derrotada en mis intentos de hacerlo sentir mejor, lo abrazo y lloro también con toda la pena que se puede sentir por la partida de una mascota y con todo el dolor que siente una madre cuando su hijo tiene el corazón roto.

Llegado el momento, algunos besos y caricias y un gracias de corazón Pipo, por haber formado parte de nuestras vidas y habernos dado tanto amor. Hasta hoy sentimos tu partida, te extrañamos mucho y nos haces falta.

Recuerdos sobre Pipo tengo muchos, pero el que algunos conocen y es digno de una película es de cuando se extravió por 26 días y luego, él mismo me encontró. No sé si habrá en el mundo perro más fiel y leal que el que perdido, hace todo lo posible por volver a casa. Aquí va la historia.

Por el año 2013, fui trasplantada de riñón debido a la insuficiencia renal que padezco. Durante 3 meses asistía dos veces a la semana al hospital, para controles y exámenes de laboratorio a partir del cuarto mes esto varió a solo una vez por semana.

Una noche mi esposo y yo salimos a un compromiso. Una de nuestras inquilinas, regresó de su trabajo bastante tarde y Pipo y otro perrito que teníamos entonces Moki, alborotados por las hormonas pues al parecer una perrita en etapa de apareamiento pasó por allí; le tumbaron la puerta y salieron de casa a media noche. Al volver nosotros de la reunión vimos que no estaban y así tarde salimos a buscarlos, sin éxito. Esperamos que vuelvan a la mañana siguiente como algunas veces ya lo habían hecho, pero nada. Al tercer día publicamos carteles y los pegamos en todas partes. Algunas personas llamaban diciendo que lo vieron por aquí o por allá pero nada. A los 15 días habíamos perdido la esperanza de encontrarlos.

En esos días, como ya conté mis visitas al hospital eran más distanciadas, solo iba un día a la semana. Y precisamente no había ido mucho esos días. Como al día 26, suena el teléfono, una voz conocida, Reynaldo, un muchacho que vivía en nuestra casa y en ese momento hacia sus prácticas en el hospital, me dice que había encontrado a Pipo. ¿Dónde? Pregunto yo. En el hospital responde él.
Es sabido que a espaldas del hospital por las noches se juntan algunos perros, habíamos buscado varías noches por allí, así que supuse que por eso estaba allí.

Salgo disparada a su encuentro, cerca del lugar vuelvo a llamarle y le pido que me diga donde buscarlos, me responde “en el hospital, ¡adentro!”, me explica que por la puerta que da al cuerpo médico. Yo quedo estupefacta. Nunca utilizo la puerta principal para entrar al hospital, sino la del cuerpo médico pues me gusta que huele a café recién hecho. Llego y allí está él, echado bajo una maceta grande, esperando. A pesar de reconocer a Reynaldo no quiso irse con él, sin embargo apenas me escucha sacude las orejas y viene hacia mí dando alaridos y aullidos como dándome una explicación de donde ha estado todo este tiempo y de cómo es que vino a esperarme al hospital, porque sabía que tarde o temprano yo volvería allí. Por supuesto con todo su tamaño me tumba al suelo, pero no me importa. Lo veo, esta muy flaco y tiene heridas por todo el cuerpo, cicatrices que cuentan por todo lo que ha tenido que pasar.
Pero al fin eso terminó, me encontraste, supiste dónde buscarme porque no querías estar lejos de mí ni de tu familia. Por eso gracias Pipo, fuiste siempre el más leal.

Hoy que ya no estás, extraño la pata de los buenos días, o tu sonrisa nerviosa mostrando los dientes cuando volvía a medio día, o como sabias señalarme dónde estaba tu plato a la hora de servirte la comida o tus colazos que eran como latigazos. Te extraño mucho.

Me despido de ti diciéndote gracias y queriendo de corazón que lo que le dije a Nico sea cierto y ahora estés en el cielo de los perritos y pueda verte de nuevo algún día.

Hasta siempre mi gordo.

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